El legado de Carstens en Banxico (y cómo sobrevivió a 4 shocks)

 | 13.11.2017 10:48

Agustín Carstens prácticamente dio carpetazo a su gestión como gobernador de Banco de México (Banxico) la semana pasada. El jueves el Inegi publicó la inflación para todo el mes de octubre, la variable que rige el quehacer de Banxico, y unas horas después Carstens y compañía decidieron, tal y como se esperaba, mantener la tasa de referencia para la economía mexicana sin cambios en 7.0%. Así prácticamente se cierra su mandato. A final de mes deja el cargo de gobernador para asumir la gerencia del Banco de Pagos Internacionales (BIS). Quién le sucederá en la dirección de Banxico en diciembre aún es una incógnita: ni siquiera hay candidato postulado. Se espera que el presidente Enrique Peña Nieto lo haga la próxima semana y, sea quien sea, tendrá que recibir el respaldo de dos tercios del Senado.

¿Qué herencia le deja Carstens a su sucesor en Banxico? En sentido estricto, con las cifras en la mano, no podrá decir que cumplió con su tarea de manera cabal. La tasa anual de la inflación general en octubre fue de 6.37%, muy por encima del techo objetivo de Banxico de 4%, y más del doble de la meta central de 3%. La inflación subyacente también se ha alejado del objetivo de Banxico, con una tasa anual de 4.77% en octubre.

Pero sí podrá presumir que deja la casa en orden, sin que su principal objetivo, la estabilidad de precios, se vea amenazado en México. Y sin duda la tarea no ha sido fácil. A Carstens se le han juntado, en el último tramo de su gestión, varios shocks difíciles de capear: uno, el derrumbe de los precios del petróleo; dos, la victoria de Donald Trump; tres, el “gasolinazo”; y cuatro, el ciclo de normalización monetaria en Estados Unidos.

El colapso en las cotizaciones del crudo se empezó a producir a mediados de 2014. El desplome de los precios del petróleo junto con un nivel bajo de tasas (en aquel entonces de 3%) y un magro crecimiento económico significó la primera convulsión para el peso: de los 12 pesos a los que cotizaba en mayo de 2013 pasó a los 17 pesos a finales de 2015, una caída del 30%. Sin embargo, la inestabilidad del peso y su impacto inflacionario se vio contrarrestada, en aquellas fechas, por las reformas económicas. La inflación, en el 2015, cerró en un mínimo histórico de 2.13%.

El escenario se complicó, para Carstens, en el 2016. La debacle del petróleo empezó a pesar sobre la economía mexicana. En primer lugar, el boquete que la caída del precio del petróleo abrió en las cuentas fiscales aunado a los graves problemas de Pemex empezó a resquebrajar la credibilidad de México, lo que se vio reflejado en un fuerte deterioro en el riesgo país; y en segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, el peso sufrió otro severo varapalo. Ante esa situación, Carstens se vio en el primer episodio comprometido y reaccionó con decisión: en una acción coordinada con la SHCP, Banxico anunció, fuera de reunión, un aumento en las tasas de interés de 50 puntos base y modificaba su estrategia de intervención cambiaria por una más discrecional. Al mismo tiempo, Videgaray, entonces secretario de Hacienda, comunicaba un importante recorte en el gasto público cuyo esfuerzo se concentraba en Pemex.

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A partir de ahí, Banxico siguió aumentando las tasas de interés en una titánica labor por restablecer la credibilidad de México y contener la depreciación del peso, en tanto la inflación repuntaba derivado del encarecimiento del componente de mercancías, el más expuesto a las veleidades de la divisa mexicana. En medio de ese desbarajuste emergió, en el verano de 2016, la rocambolesca figura de Donald Trump y sus posibilidades de victoria. A partir de ahí, cada vez que el candidato republicano repuntaba en las encuestas, el peso se desvanecía.

Lo peor llegó hace un año, el 8 de noviembre: Trump se alzó con la victoria. Su discurso beligerante contra México, su odio al TLCAN y el “America First” fue un verdadero huracán para el peso que lo elevó en volandas desde los 18.32 pesos del día de las elecciones a los 22 pesos por dólar en la víspera de la toma de posesión de Trump en enero, un batacazo adicional del 17%.

Para colmo, el control de la inflación se le fue de las manos a Banxico en enero, cuando el gobierno anunció el llamado “Gasolinazo”. Ese aumento de sopetón de los combustibles junto con la subida de los precios de las mercancías por la fuerte depreciación del peso hizo que la tasa anual brincara a inicios de año y pasara de 3.36% en diciembre de 2016, aún dentro del rango objetivo de Banxico, a otra de 6.66% en el pasado mes de agosto, la más elevada desde 2001. Finalmente, la Fed ha acelerado su proceso de normalización monetaria en 2017: este año ha incrementado dos veces las tasas de interés y se espera un nuevo incremento el mes que viene, aunque el impacto sobre los mercados globales ha sido moderado.

El caso es que Carstens no se ha escondido ante los shocks que ha sufrido la economía y las ha enfrentado con decisión, a su manera, con reglas claras que ha deletreado al mercado y que ha cumplido a rajatabla, sobre todo en relación al ritmo de aumentos de tasas que planeaba. Banxico, desde diciembre de 2015, ha elevado las tasas de referencia desde 3% hasta su actual nivel de 7.0%, y es el banco central del mundo que más ha apretado las tuercas a la economía durante ese período. Sin embargo, su política, implacable, logró reconducir la situación: el peso se ha estabilizado y la inflación, que tocó su techo en verano, empieza a dar síntomas de replegarse y se espera que mejore sustancialmente al inicio de 2018, cuando se absorba el impacto del “gasolinazo”. No en vano, la última encuesta de Banxico estima que, para el cierre de 2018, la inflación general se ubique en 3.8% y la subyacente en 3.66%: todo habría regresado al orden.

Por tanto, Banxico ha hecho ya el trabajo sucio a su sucesor y le entrega una situación ordenada. Las actuales condiciones son propicias para que la inflación se reconduzca al objetivo de 3.0%, el peso se ha estabilizado, y la institución cuenta con una espectacular coraza de reservas internacionales de casi 175,000 millones de dólares (mdd) más la Línea de Crédito del FMI de 86,000 mdd. Además, y pese a la agresiva política monetaria de Banxico, la economía mexicana ha logrado sostener su ritmo de crecimiento.

Lo que se viene de aquí en adelante tampoco es fácil. La Fed continuará con su ciclo de aumentos de tasas; los riesgos de que las negociaciones del TLCAN descarrilen no se diluyen; y existe incertidumbre política con las elecciones de 2018. Todo eso son factores que pueden provocar nuevas sacudidas en el peso mexicano. Además, el proceso de convergencia de la inflación se puede ver entorpecido por un aumento sustancial en el salario mínimo, que se especula entre el 12% y el 19% para el 2018.

La política monetaria de Banxico, ortodoxa, ha sido fundamental para restablecer el control sobre el peso y la inflación. Y por el lado fiscal, las coberturas petroleras y los remanentes también contribuyeron a un ajuste más suave. Todo ello ha sido crucial para que México se recuperara del golpe de credibilidad que sufrió durante 2016 y el país sorteara el riesgo de una crisis de fin de sexenio. Pero además Carstens entrega un Banxico que como institución ha ganado credibilidad e independencia, que ha fortalecido su transparencia y que deja el sistema financiero mexicano saneado. Y a eso precisamente se va a trabajar al BIS.

INFOGRAFÍA

El último tramo de la gestión de Agustín Carstens en Banxico, que empezó en 2010, estuvo sometido en esencia a cuatro shocks: el derrumbe del precio del petróleo, la victoria de Trump, el “gasolinazo” y el proceso de normalización monetaria en Estados Unidos. Esos shocks han provocado una abrupta depreciación del peso mexicano y una agresiva política monetaria de Banxico…